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Debo, no niego; pago, lo justo

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Teresa Carbajal

En qué momento la ambición por el dinero rebasa los límites de su humanidad, y les convierte en seres despiadados que a cambio de una propiedad más a su nombre un agiotista puede despojar hasta de sus últimos días de vivir en paz a una persona.

La semana pasada me enteré con profunda pena de la partida de este mundo terrenal de un virtuoso de la música, un hombre a quien su Orquesta de la que ya estaba jubilado, le dedicó un emotivo mensaje de despedida.

A consecuencia del mismo, una cauda de aplausos y mensajes de despedida al maestro inundaron las redes sociales; leí todos los cientos mensajes que le dedicaron, unos hablaban de su talento, otros de su buena vecindad, otros más de su persona, de su amabilidad, y de lo bueno y generoso que había sido.

Sentí mucha angustia en ese momento, desee que se hubiera despedido de esta vida como todos deberíamos irnos, en paz; desee con todo mi corazón que la vida le hubiera hecho justicia y que los últimos días los hubiera pasado sin ningún pendiente.

Pasé algunos días con esa angustia, él y yo nunca nos conocimos personalmente, pero por azares de la vida hace varios años supe de la tragedia, cayó en manos de un agiotista quien aprovechándose de su buena fe y abusando de la confianza, hizo mal uso de unas firmas que él maestro había puesto en unos pagarés para respaldar pequeños préstamos.

Documentos que nunca le devolvieron después de pagarlos y que después fueron utilizados para demandarlo y pedirle el pago de cantidades de dinero que no debía, mostrando otros documentos más que no había firmado.

Más de diez años duró el pleito, y según supe con sus escasos recursos lograba como podía contratar un abogado, contratar otro, unos le recomendaron buscar peritos otros ir a México a ver al presidente y así.

Su familia en desesperación atendía su salud y a la vez el pleito, me parece que llegaron hasta Gobernación allá en México en donde un alto funcionario parecía comunicarse con ellos vía mensajes, en donde les decía se iba a intervenir para la pronta solución del caso. El agiotista avanzaba sin piedad en el juicio para arrebatarle su casa, el único bien que formaba parte de su patrimonio, el lugar donde vivía, y en donde estoy casi segura pasó sus últimos días sabiendo que pronto ya no sería suya.

Constantemente salían publicados edictos de su casa anunciándola ahí en remate judicial, su nombre completo y el de las personas involucradas en el pleito, su mismo nombre que otras tantas veces brilló en obras, aparecía ahora sentenciado a pagar o perder su vivienda.

Se ve que dio la pelea pues hasta las últimas fechas interpuso recursos legales, y demás defensas para aplazar lo inevitable, ser desalojado de su casa por el agiotista, quien siempre dijo se le debían cantidades ya impagables para esas alturas.

Yo le creo y siempre le creí al maestro, yo creo que no debía tantísimo dinero, porque conozco a los agiotistas, y sé que ellos simplemente no tienen límites para cobrar intereses, y que son capaces y además expertos en obtener o falsificar las firmas de sus clientes con engaños.

Hace un tiempo llegamos a contarle hasta ochenta propiedades a un agiotista las que obtuvo en menos de dos años, eso sin contar con las que puso a nombre de testaferros, ayudantes y empleados.

Y todo eso para qué, si nada nos vamos a llevar de este mundo, más que el bien que hagamos y las alegrías que la vida no procura cuando andamos un camino recto.

En qué país vivimos que sus instituciones permiten que alguien haga del préstamo ilegal de dinero una forma de vida y un negocio jugoso en el que se abusa siempre del más débil, del necesitado o del que cae en desgracia temporal y pide prestado.

Todos tenemos derecho de obtener ganancias por un trabajo o un servicio prestado, nada en la vida es gratis, es un hecho, y trabajamos para vivir con dignidad y salud. Pero en qué momento alguien se permite explotar a otras personas solo por su ignorancia o necesidad.

La impunidad tiene lugar porque las sanciones a agiotistas son ofensivas para las víctimas, las carpetas donde se persiguen este tipo de delitos duermen el sueño de los justos, mientras las víctimas mueren lentamente cada día en espera de justicia.

Hasta siempre Maestro y que en la otra vida encuentres la paz que en este mundo no supimos darte.

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